Zaira González;

sábado, 24 de diciembre de 2011

Yo creí, que iba a poder estar sin ti, pero cuando te vi en aquella foto comprendí que el amor va más allá de este maldito orgullo y que nací para cerrar los ojos al lado tuyo. Esta herida no sana, las horas me apuñalan, no puedo olvidarte aunque piense en las cosas malas. El amor no es un software que si quieres desinstalas. Y es que mucha gente cree que terminar algo que duró tanto es como tomarse una taza de café. No, no, no y mil veces no, al menos no cuando se siente lo que estoy sintiendo yo.

viernes, 23 de diciembre de 2011

¿Cómo estás? ¿Qué tal te va? Allí es de día, aquí es de noche.
¿Es bonita esa ciudad para ir de vacaciones? Y el hotel... Era verdad, es tan romántico
y lujoso como en la publicidad, con esas playas de las fotos.
En Madrid está lloviendo y todo sigue como siempre, solamente que no estás y el tiempo
pasa lentamente. Estoy loco por que vuelvas, hace tanto que te fuistes.
¿No te irás a enamorar allí? Lo prometistes.
Por favor, cuando puedas llamame que mi soledad y yo, sin ti, no nos llevamos bien.
Ya no te entretendo más que sé que te está esperando alguien. Dile que debe hablar
más bajo, aunque ha dicho que no tardes. Sólo un último favor te pido, antes de colgar.
Dile que te cuide mucho, ¿Me prometes que lo harás? Y ahora cálmate, que no note que has
llorado. Disimula que estás bien, como yo lo hago. Y yo, mientras, seguiré pensando
en nuestro encuentro imaginario.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Cuando te sientas triste, cuando te sientas desplomado, cuando sientas que todo te sobrepasa, cuando sientas que sonreír te sería complicado, cuando sientas que todos pasan de ti, cuando sientas que la vida dejó de sonreírte y el hacerle cosquillas ya no funciona, cuando sientas que todo te sale mal, cuando sientas ganas de llorar, cuando sientas que te vas a quedar solo, no será así, porque yo estaré ahí.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Hay momentos, lugares, canciones, personas, caminos y fechas que nunca vas a olvidar.

sábado, 3 de diciembre de 2011

El mérito es tuyo;

Todo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña - y lo que te queda todavía- no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero es un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, irás, esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.
Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con “El guardián entre el centeno” o “El señor de los anillos”, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las “Sonatas” de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins.
Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.
Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.
El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en medio de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.
Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.

jueves, 1 de diciembre de 2011

photographies


Una vez le preguntaron a Lewis Hine, un fotógrafo de guerra, porqué había elegido esa profesión. Él contestó que si pudiese contar con palabras todo lo que veía no necesitaría cargar todo el día con una cámara de fotos, que ciertos momentos de belleza, de desolación, de horror y de heroísmo estaban más allá de las palabras. 
Hay cosas que no podemos explicar con simples palabras. Cosas como seguir vivos, sentimientos como el amor y el compromiso, o sensaciones como volver a abrazar a un amigo. Quizá por eso nuestra vida se compone de imágenes; momentos congelados en el tiempo para siempre, de decisiones que cambian sin remedio el rumbo de las cosas. De fotografías fijas guardadas en la memoria, que nos recuerdan, cada segundo, lo hermoso que es vivir
.